The Beatles:

And in the end the love you take
is equal to the love you make.

5.7.09

Maniac


Ni siquiera habló cuando le preguntaron. Cerró la puerta de un portazo, puso llave, tomó su violín y tocó. Tocó y tocó hasta perderse en las notas. Se sintió volando, se sintió perdida, y amo eso. No pensaba, sólo sentía. La música que escuchaba era simplemente hermosa, salía de sus sentimientos y la envolvía como un abrazo. La consolaba y la entendía. Con los ojos cerrados y sin dejar de tocar no sintió cuando la sonrisa se formó en su rostro, y tampoco sintió cuando las lágrimas comenzaron a caer por él sin borrarle esa sonrisa. Estaba perdida en la melodía, volaba entre los acordes, giraba y saltaba de uno a otro. Reía y jugaba con ellos. Gritaba. A nadie le molestaba que hiciera lo que ella quería en ese mundo, no estaba él con su amor para atormentarla. No estaba para hacerla sentir hermosa y luego dejarla caer sin darse cuenta. Era ella, sólo ella...y la música. Dios, la música era tan encantadora que no quería dejarla ir nunca, deseaba sentirla a su lado en todo momento. Gritó y gritó en ese nuevo mundo, en su mundo, y la música apareció cada vez que lo hacía para hacerle cosquillas, tomarla por los brazos y llevarla a volar un rato entre los colores. Luego de esa vez, luego de esa noche, nunca más volvió a hablar fuera de su mundo, jamás. Y nadie la entendía. Cuando ella necesita decir lo que sus sentimientos gritaban sólo tomaba el violín, y eso era lo que la gente escuchaba fuera de su mundo. Pero no entendían las oraciones que ella les decía con su música. Luego le quitaron el violín. Y ella seguía tocando, moviendo sus manos por el aire, sin sentir el sonido salir de entre ellas. Comenzó a imaginarse notas, intentó recordar los sonidos, pero no pudo. Esas notas y esos sonidos que ella tenía ahora en su mundo no los entendía, no eran sus amigos. Desesperada buscó su violín. Lo buscó en la luz. Lo buscó en la pintura. En el techo, en el suelo. En el piso de abajo. En la heladera. En la alacena. En el comedor y en la terraza. Pero no estaba. Se asomó a su ventana, creyendo que quizás había salido a dar una vuelta, pero tampoco estaba allí. Se asomó más y más, quizás ella no podía verlo desde allí. Y calló. Sin darse cuenta calló. En su mundo ella seguía buscando su violín, pero en el mundo real la ventana que la sostenía había desaparecido y ahora caía hacia su muerte segura. Y no lo sintió. Sólo sintió como su mundo se iba apagando poco a poco. Y al final recordó su primer composición, la primera vez que había hablado con su violín. Y su mundo se apagó completamente, pero ella ya era feliz. Había recordado la melodía que la había hecho vivir.

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